Elementos para interpretar el papado latinoamericano
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Este aporte no pretende en modo alguno agotar la comprensión del significado del pontificado del Papa Francisco para la Iglesia universal ni tampoco para América Latina. Se concentra más bien en una fuente del pensamiento de Jorge Mario Bergoglio, Alberto Methol Ferré, y esto tampoco de manera exhaustiva. Presentamos párrafos seleccionados de este texto que se puede leer completo en www.humanitas.cl
El proceso de globalización no es único, sino doble, y precisamente por este motivo no tiene mucho sentido estar a favor o en contra de la globalización. Es necesario más bien preguntarse de qué globalización se trata. ¿Es una globalización ordenada en la cual la globalización del espíritu precede y ordena la de la política y de la economía o es una globalización económica que consuma la substancia espiritual de los pueblos? En una globalización ordenada, no se puede ignorar el rol de la política. La política utiliza (debería utilizar) la energía de la globalización para regir la globalización de la economía. Para hacer esto, la política de nuestro tiempo debe tener una dimensión continental. La construcción ordenada de la unidad de la familia humana pasa por diversas etapas: [...] la de nuestro tiempo es de la construcción de realidades políticas continentales, que son las únicas capaces de salvar las identidades culturales de los pueblos y las naciones en la época de la globalización. De aquí el interés de Methol en la geopolítica y su amor apasionado por la idea de una "patria grande" latinoamericana. Sólo la "patria grande" puede impedir que las patrias pequeñas sean sacudidas por la globalización puramente económica, perdiendo sus identidades y su razón de ser [...] En las rivalidades entre las diversas patrias pequeñas, en las luchas entre los puertos y las regiones del interior, que es la clave para la comprensión de gran parte de la historia latinoamericana, se insinúa el imperialismo inglés, que condena a América Latina a una condición de subordinación cultural y política.
Con Medellín, la Iglesia latinoamericana ya había iniciado su camino dentro de la globalización, afirmando su aspiración de ser Iglesia/matriz y ya no sólo Iglesia/reflejo o Iglesia periférica [...]. La Iglesia matriz es una Iglesia madura y misionera, que piensa en el advenimiento de la fe cristiana en su propia historia y a partir de la experiencia cristiana de su pueblo. El advenimiento cristiano es único. Tuvo lugar en Palestina alrededor de hace dos mil años, y sin embargo se representa, en la vida de la Iglesia, en la presencia de sus santos, que no son únicamente los que están en los altares, sino todos los que han encarnado la fe en su vida. Al entrar en la historia, este advenimiento encuentra la instancia de liberación de los pueblos, se convierte en factor constitutivo de la identidad de los mismos y de su camino de liberación. La teología de la liberación procuró concretar una teología latinoamericana a partir de la experiencia del pueblo latinoamericano. Sin embargo, este esfuerzo permaneció empantanado en un último residuo de dependencia intelectual del viejo mundo: el análisis marxista. San Juan Pablo II disolvió este equívoco en Puebla. Él afirmo no sólo la posibilidad, sino la necesidad de una teología latinoamericana. Confirma por lo tanto el carácter de Iglesia matriz de la Iglesia latinoamericana, pero la invita a tener más confianza en sí misma en cuanto Iglesia y en cuanto latinoamericana, y a purificar su instrumentación analítica a partir de la comparación con la idea de justicia que se formó en el corazón del hombre latinoamericano mediante la evangelización. Esta idea se inserta en la historia latinoamericana con el acontecimiento de Guadalupe y se consolida con la afirmación de la dignidad y los derechos de todos los hombres por parte de Bartolomé de las Casas y los demás defensores de los indígenas. Aquí está la raíz del pensamiento auténtico de la liberación latinoamericana.
Mientras el riesgo de la teología de la liberación era subordinar el cristianismo al marxismo, el sentido filosófico del advenimiento de Solidarność es precisamente lo contrario: la lucha por la liberación puede conducirse únicamente sobre la base de un pensamiento cristiano. El marxismo se descompone: en el terreno del materialismo, pierde ante el materialismo vulgar del capitalismo; en el terreno de la lucha por la liberación del hombre, pierde contra la doctrina social cristiana. Esta visión es totalmente distinta de la visión de los apologetas del capitalismo, quienes pensaron que con el fin del marxismo se perdía la razón misma de la existencia del movimiento de los trabajadores.
La conclusión de Methol era que lo iniciado en Polonia debía continuar en América Latina. La novedad de Solidarno,ćś que era parte esencial de la novedad del pontificado de Juan Pablo II, no podía ser portadora de todos sus frutos en Polonia. [...] La revolución requerida por América Latina no era la marxista, sino la cristiana. Tal vez la idea de la preparación de una revolución cristiana de la justicia y la solidaridad en América Latina, de maneras y formas totalmente nuevas y todavía por imaginar y definir, constituya una clave importante para comprender el pontificado del Papa Francisco.
Sin embargo, la revolución de la justicia y de la solidaridad es profundamente distinta de la marxista y en general de cierta idea de revolución que se afirma con posterioridad a la revolución francesa. Se trata en aquella de una revolución no violenta, que habla a la conciencia del adversario, y es por lo tanto una revolución democrática. Es una revolución que no es enemiga del mercado, pero quiere poner a los espíritus animales del mercado bajo la guía de la conciencia ética. Es una revolución que sólo es posible sobre la base de una renovación espiritual y oral que la antecede y la acompaña. Es una revolución que no está enteramente centrada en el Estado, queriendo en cambio restituir voz y fuerza a la sociedad civil.
Se escucha un eco de la lucha de Solidarno, no violenta y haciendo permanentemente un llamado a la conciencia del adversario, en el tema tan presente en el Magisterio del Papa Francisco de los movimientos populares y su rol en la lucha por la justicia.
El barroco es el arte de la complejidad y de la contracción reconciliada en una perspectiva trascendente. Es el arte del desorden creativo. Es el arte del mestizaje, que es el distintivo de América Latina. El barroco es la modernidad católica.
Sin embargo, en un determinado punto se interrumpe este gran inicio. La modernidad católica se enfrenta con otra modernidad, con la modernidad protestante. En la visión (un poco unilateral) de Methol, es la reconducción forzada de lo distinto dentro de lo idéntico. Mientras el distintivo de la América católica es el mestizaje, la mezcla de razas, el barroco en el cual las mitologías indígenas se representan en la decoración redundante de las catedrales, con sus demonios y sus criaturas monstruosas, el distintivo de la América protestante es el exterminio de los indígenas, la pureza de la raza, la simplificación del espacio y en último término la reducción de la multiplicidad a una identidad cerrada. [...] Los siglos XVI y XVII son los siglos de la lucha entre la modernidad católica y la modernidad protestante. En definitiva, la modernidad católica fue derrotada, y en su decadencia se subordina al adversario y acepta su juicio de la historia.
Cuando, con Napoleón, la modernidad anticatólica se implanta en España, Latinoamérica inicia su lucha por la libertad y la identidad. Esta lucha es la clave para comprender la historia latinoamericana hasta el presente. Las fuerzas que se subordinan a la modernidad anticatólica tienden a desmenuzar la identidad latinoamericana en una pluralidad desordenada de estados; en cambio, aquellas que buscan salvaguardar el legado de la modernidad católica sustentan el horizonte de la "patria grande" latinoamericana.
Progresivamente, la Iglesia Católica (y Latinoamérica junto con la misma) se vuelve a encontrar prisionera de una alternativa imposible: renunciar a la modernidad, encerrarse en una nostalgia reaccionaria de un medioevo idealizado o someterse a una modernidad que ya no es protestante, sino secularizada, y luego, en su última etapa, experimenta un vuelco, pasando del moralismo protestante o secularizado al liberalismo masivo de la sociedad permisiva.
El Concilio Ecuménico Vaticano II fue precisamente la tentativa de eludir esta alternativa reabriendo el camino de la "modernidad católica" o del "católico en la modernidad". Por este motivo, la realización del Concilio coincide con la gran oportunidad histórica de América Latina de reconquistar su alma y su ubicación adecuada en la historia del mundo. La renovación conciliar es la clave de la revolución requerida por Latinoamérica no sólo para proporcionar un nivel aceptable de bienestar material a sus masas empobrecidas, sino también para reforzar la conciencia de su dignidad humana y de su vocación cristiana.
Cuando, tras la caída del imperio napoleónico, tuvo lugar la restauración deseada por tantos (sobre todo los jóvenes), pronto sus partidarios se disgustaron con la misma. El orden restaurado era un orden hipócrita en el cual los valores eternos eran instrumentalizados para la defensa de un orden social obsoleto. Es así como nace la idea de Resurgimiento. El Resurgimiento es la Restauración de los valores permanentes que implica la crítica de las formas sociales e históricas envejecidas, inadecuadas e incluso corruptas, en las cuales se pueden manipular los valores en cierta fase histórica para proteger situaciones de privilegio y de injusticia social. El Resurgimiento se opone tanto a la Revolución como a la Restauración.
El más profundo es en todo caso el nivel de la autoconciencia religiosa, de la percepción que un pueblo tiene de su relación con Dios y por consiguiente de las relaciones entre los hombres. Por este motivo la fe cristiana crea un pueblo y no debe pensarse en la misma como una convicción intelectual y abstracta sino como un factor decisivo en el proceso de formación de un pueblo.
Estas ideas y los métodos de Methol se encuentran en el trasfondo del pensamiento del Papa latinoamericano a causa de la larga amistad entre ambos y porque reflejan con impresionante precisión la situación real del mundo de hoy. El método es el mismo de Juan Pablo II: pensar en la historia a partir de su centro, que es Cristo.
Vivimos en una época en la cual la Iglesia se globaliza. Dos tercios de los católicos ya no son ni europeos ni estadounidenses; son pueblos de lo que una vez se llamaba el Tercer Mundo y poco menos de la mitad son latinoamericanos. Algunos lamentan el hecho de que no piense en términos de "defensa del Occidente". No sabemos si el Occidente sigue siendo cristiano, pero sabemos que el cristianismo ha superado en gran medida los límites del Occidente. La situación actual es similar a la del medioevo, cuando los alemanes se convirtieron y el Papa comenzó a pensar no sólo en términos de latinos y griegos, sino mirando el mundo también con los ojos de los alemanes. La Iglesia pagó caro este cambio de época con el cisma entre la Iglesia griega y la Iglesia latina. En realidad, el cisma tuvo lugar entre una Iglesia latina, que había llegado a ser también germánica a causa de la conversión de los bárbaros, y una Iglesia griega, que no quería cambiar para asumir esta nueva situación misionera. ¿Cómo guiar a la Iglesia en este cambio de época? El cristianismo occidental ha formulado aspectos de la fe y de la doctrina que tienen validez permanente junto con otros cuyo valor está vinculado con la contingencia histórica y con las peculiaridades del carácter occidental. ¿Cómo distinguir lo que es permanente de lo que es históricamente contingente y reformular los valores para facilitar su apropiación por parte de nuevas culturas? Posiblemente, la primera etapa consista en ampliar el concepto de Occidente de tal manera que el concepto cultural se adecúe al geográfico, incluyendo en aquel a Latinoamérica.